sábado, 1 de enero de 2011

El santo vagabundo.

Aplastados por la urbe, viajando en transporte público: caras grises formando un circulo dentro de un bodrio de cuatro ruedas, va sentado un viejo con vendas sucias y podridas tapando sus ojos(le cubren casi toda la cara) su apariencia es de un indigente. Carga coliges religiosos por toda su existencia, y un bastón hecho por un mal aprendiz de carpintero, o quizá, por él mismo. Los pasajeros azotados por el clima interior, les queda únicamente esperar y voltear hacia el techo, como si allí encontraran la solución a su desesperada aflicción; uno que otro barre el sudor de su frente con su dedo meñique de izquierda a derecha, otros, toman aire y soplan lentamente. De pronto, el viejo comienza una platica consigo mismo: ¡yo conozco toda la ciudad! la ciudad me pertenece, y yo le pertenezco a ella indudablemente conozco el Centro, Coyoacán, Lagunilla, Santa Julia, Tacubaya, los Panchitos y los no Panchitos, !Quién me va a venir a decir a mi!. Los usuarios se ven unos a otros, como charlando telepáticamente-¡loco!, ¿qué trae? ¿de dónde salió? ¿quién le preguntó si conocía la ciudad? ¿dónde vivirá? ¿será indigente?. El hombre, pide parar al chofer en un punto; el chofer pára y el hombre bien que mal se baja del transporte como dios se lo permite. ya estando abajo dice en voz alta: "Qué tengan buen día, qué dios les acompañe en este y todos sus caminos, y sin no creen en dios, solo tengan voluntad en sí y eso será la ley".
Al final, los locos se quedaron dentro y el apasionado de la vida huyó de la locura y la injusticia.

Olimaconet Hernández

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